El odio se mira en el espejo

La política es tan cruda que hace pensar que todo en ella es racionalmente calculado. Las palabras y obras de sus actores, sin embargo, suelen tener una mayor dosis de improvisación e impulsividad que la que se les atribuye. Muchos políticos forjan su estilo personal de gobernar a partir de su temperamento, actuando a golpe de pulsiones que luego buscan hacer políticamente rentables.

Es el caso del presidente López Obrador. Es un hombre instintivo, dueño de una intuición proverbial y movido por el coraje en las dos acepciones que el diccionario de la RAE da al vocablo: valor e ira. AMLO es, a no dudarlo, corajudo. Le gusta el enfrentamiento; encara a sus opositores y no deja pasar un señalamiento —no se diga un ataque— sin responderlo virulentamente.

Con los insultos que dedica a quienes eufemísticamente llama adversarios se podría hacer un catálogo de la invectiva: corruptos, hipócritas, cínicos, racistas, clasistas, vendidos, inmundos y un largo etcétera.

Origen es destino: se trata de un luchador social curtido en batallas odiosas, acostumbrado a ver la negociación como componenda y a suponer que conciliar es rendirse. Puesto que sus contrincantes eran maestros del juego sucio no percibe limpieza en ninguno de sus críticos —no discrimina: sataniza a todos—, desconfía del diálogo y es renuente a hacer concesiones.

Peor aún, no es magnánimo en la victoria: se la restriega en la cara al derrotado. Su maniqueísmo complica más las cosas. En su mundo en blanco y negro —todos los honestos están con él, todos los que están en su contra son deshonestos— es imposible reconocer convicción fuera de la 4T.

Y sí, el hecho de que México esté plagado de corrupción le ayuda a descalificar a sus malquerientes, pero dado que los corruptos están democráticamente distribuidos la descalificación aplicaría en la misma proporción a su movimiento… si él no poseyera el poder de la absolución, claro está, y con él la potestad para despotricar contra los demás. AMLO asume tener derecho a la revancha unilateral. Parece creer que nadie como él ha sido víctima de acciones injustas en represalia por su defensa de causas justas, que por ello el suyo es el único resentimiento legítimo y cualquier inquina en su contra es gratuita. No me explico de otro modo su reacción ante las impugnaciones.

El jueves pasado mostró congoja y estupor por una denuncia contra Hugo López-Gatell, que juzgó motivada por el rencor y el odio. En la polarización actual, que es en gran medida su hechura temperamental, AMLO puede decir que su saña se justifica, que es necesaria para transformar o que los “conservadores” se la ganaron a pulso, incluso puede fantasear que López-Gatell merece aplausos porque evitó escenas como las de Lombardía o Guayaquil, pero no puede negar que las mañaneras destilan odio y que Gatell es un ser desalmado que ha jugado políticamente con las vidas de miles de mexicanos. Y si lo niega es porque ve la paja de la obnubilación en el ojo ajeno y no ve la viga del ofuscamiento en el propio. Del coraje del luchador queda la ira en el gobernante. AMLO emula al Mandela equivocado —no a Nelson y su transformación generosa sino a Winnie y su sed de venganza— y se asombra ante la espiral de encono que potencia. El odio se sorprende al mirarse en el espejo. Agustín Basave Benítez @abasave https://www.milenio.com/opinion/agustin-basave/el-cajon-del-filoneismo/el-odio-se-mira-en-el-espejo