Por rumbos del arroyo Taymuco

Luis Enrique Ortiz

Hermosillo, Sonora a 1 de marzo de 2022.- Esta foto está perrona. Los dueños de esta vista son los guarijíos de la localidad de San José de Makurawe, en San Bernardo, Álamos, Sonora. Acá en el Noroeste de México.

Al fondo los icónicos pilares que le dan nombre popular al embalse cuya denominación oficial es presa “Bicentenario”.

Ahí, el Gobierno de México construye un pueblo modelo con pequeñas casas como para cuatro personas. El agua se surte de un pozo -y un tinaco de 60 mil litros- cuyo bombeo se hace con energías limpias.

Cada una de las 53 viviendas está siendo dotada de un sistema individual de saneamientos, que evita que las aguas residuales domésticas lleguen a las tierras de cultivo contiguas al arroyo San Rafael. Al que por cierto, varios lugareños llamaron como San Bernardo.En ca

da unidad habitacional tienen luz para un par de focos, no más, por medio de un sistema foto voltaico de baja potencia. Tienen la promesa de que se instalará postería para tendido de energía eléctrica de alta tensión, que permitan el uso en cada casa, de electrodomésticos o aires acondicionados.

De todas las dependencias que tienen gente o acciones desplegadas en San José de Makurawe, la más ausente ha sido la Comisión Federal de Electricidad. El calor de las tardes de verano en el nuevo pueblo, es más que sofocante. Algunas mujeres beneficiarias, cuyas casas ya fueron terminadas y entregadas, viven con familiares en otros asentamientos que sí tienen electricidad, en especial las que tienen niños o adultos muy mayores.

Los 221 habitantes de San José de Makurawe, son esa parte de los guarijíos que se negó a pactar con el gobierno de Guillermo Padrés el despojo para la construcción de la presa Pilares. La familia de don José Romero, gobernador del pueblo de Makurawe, recibió un golpe de estado auspiciado por las constructoras que -finalmente- se quedaron con los contratos de la obra.

José Romero y Julia Romero, su hija y mano derecha del gobernador, empezaron a tocar puertas que los llevó a que ahora vivan en un pueblo casi suizo, casi sustentable, con grandes avances en ecotecnias que incluyen el uso de estufas y hornos ecológicos que disminuyen el riesgo de enfermedades respiratorias mortales en mujeres que cocinan en fogones abiertos.

Cuando platicamos con ellos, se dicen contentos e incluso no ocultan su gratitud al presidente, pero temen vivir un verano más sin luz para conectar al menos un ventilador. Los guarijíos son laboriosos, las mujeres hacen artesanías y los hombres cultivan pequeñas parcelas para el auto consumo, aprovechando la humedad del arroyo conocido aguas arriba como Taymuco o de la Vinatería, dato corroborado por el amigazo Nacho Lagarda, sanbernardense, por cierto.

Sin embargo, la producción para auto consumo y la fabricación de artesanías, aún no alcanzan a proveer el ingreso suficiente que les permita tener un mejor nivel de vida. Carecen de vehículos que les puedan apoyar en el caso de una emergencia médica, el centro de salud de San Bernardo sólo funciona de lunes a viernes, según algunos habitantes. Por razones que no están claras, más de la mitad de las mujeres afirmaron que tienen algún hijo con derecho a beca al que le dejó de llegar la misma o les fue cancelada.

Pero la queja que sólo una se atrevió a explicar, tiene que ver con el respeto pleno a sus usos y costumbres. Para las familias makurawes, la ramada es especial y forma parte de su convivencia diaria.
Las ramadas son el centro de reunión donde el gobernador informa y consulta decisiones, pero también son utilizadas como cocinas, las cuales son colocadas tres o cuatro metros fuera de las casas.

Las ramadas por lo general son hechas de madera y fibras o restos vegetales, pero recientemente se incorporan materiales como plástico negro de baja densidad.

La queja estriba en que no se les permitió construir las estufas y los hornos, en una ramada, sino a unos pasos de la puerta de la casa y con techo de lámina metálica o sintética. Algunas mujeres alternan el uso de estufas y hornos ecológicos que se les construyó a la puerta de su casa, con fogones abiertos improvisados en las ramadas construidas por decisión propia, pese a una presunta prohibición de la SEDATU.

Como quiera que sea, San José de Makurawe, nacido de un acto de justicia a la resistencia del pueblo de José Romero, debe ser la culminación de un corredor turístico que incluya varios miradores con restaurantes y otros servicios, desde el Bonito Resort y por toda la carretera que, totalmente pavimentada te lleva a San Bernardo, testigo de un doloroso episodio en los aciagos días de la lucha guerrillera en el Noroeste de México, por allá en los años 70.

La vista que tienen estos 221 habitantes, no la tiene nadie, mucho menos su paz.

Foto: Luis Enrique Ortiz