Sin libertad de expresión no puede haber transformación y sin justicia tampoco

Luis Enrique Ortiz

En el crimen contra Debanhi Escobar, existe por lo menos negligencia criminal por parte de más de un servidor público de Nuevo León, pero nadie ha sido investigado por eso, pese a que ella estuvo viva por lo menos una semana luego de su desaparición el 9 de abril pasado, además que una tercera necropsia realizada a los restos de la joven de 18 años, indica que ella fue asesinada y que no murió por un accidental golpe en la cabeza derivado de una caída, también fortuita, dentro de la única cisterna destapada en toda la zona metropolitana de Monterrey, la madrugada en que desapareció.

En el reciente y espeluznante asesinato de Luz Raquel Padilla, en Guadalajara, ciertamente no se debe dejar de señalar que se trata de un crimen de odio, lleno de intolerancia, que sin duda refleja la descomposición social acelerada que aún vive el país, por seis sexenios de violencia neoliberal.

Pero también es un feminicidio que se pudo haber evitado, si las autoridades de Zapopan y Jalisco hubieran hecho caso a la angustia de una madre que era amenazada de muerte de manera cotidiana, que tenía ubicados y denunciados a sus agresores, pero que fue ignorada por quien estaba obligado a protegerla y esa negligencia ¿o complicidad? se tradujo pocos días después en una de las muertes más crueles y dolorosas que puede haber, que le causó a la víctima quedamuras de segundo y tercer grado en el 90% de su cuerpo y falleció luego de tres días de insufrible agonía. Horas eternas de dolor.

Aquí también existe por lo menos negligencia criminal por parte de más de un servidor público de Zapopan y Jalisco, pero nadie está siendo investigado por eso.

Mientras tanto, la Nación observa pasmada que nadie hace nada para sacar de la vida pública a esos que por flojera, incapacidad o colusión inventan escenas del crimen y causas de muerte increíbles, que mienten en los informes legales, obstaculizan la justicia, son omisos o todo lo anterior, que por ser así les hacen mucho daño a inocentes, como a Debanhi o Luz Raquel.

El más indignado por la prevalencia de este estado de cosas debería ser el presidente Andrés Manuel López Obrador, pero parece tan pasmado como nosotros, los simples mortales que no contamos con el dinero del pueblo para recorrer el país.

Cierto que AMLO tiene muchos problemas por resolver y pesa sobre él la presión de negros y perversos intereses que lo quisieran ver fuera de Palacio Nacional lo antes posible y para siempre.

La derecha golpista, entreguista y corrupta que no se resigna a perder privilegios y por eso quieren derrocar con vilezas y mentiras al presidente más votado y legitimado -por las urnas- en la historia de México.

Y qué bueno que López Obrador los encare, los denuncie y los combata, va mi solidaridad para ese noble acto de valentía que no se vivía en esta nación desde el cardenismo, pero por favor que no se equivoque de enemigos y que no mida con el mismo racero a los que no estamos acostumbrados a obedecer ciegamente y sabemos distinguir un error, una mentira o un acto de corrupción, venga de donde venga, así esté envuelto en un choro mareador de la Cuarta Transformación, que sí, lo que hay es mucho mejor que lo que había, pero dista mucho de ser el mundo justo que prometieron, porque tiene el gran defecto de que AMLO todo lo quiere hacer desde el gobierno y eso es y será siempre insuficiente.

Y lo quiere hacer desde el gobierno para que nadie le diga que no, para que nadie lo saque de su zona de confort y de la agenda que suele marcar a menudo, por sobre por cualquier otra. Para nada lo está haciendo mal, pero si la transformación es de a deveras, también debe cambiar aquello de que el jefe siempre tiene la razón y de que al presidente no se le puede contradecir en público.

Por eso es importante que a las conferencias mañaneras ingresen con regularidad y se les permita preguntar a periodistas como Reyna Haydee Ramírez, quien no sólo habla golpeado por ser de Sonora, donde se habla fuerte y con huevos. Ciertamente no le va a hacer reverencias ni genuflexiones, mucho menos lo va a llamar “Jefe del Estado Mexicano” ni va a decir que va en nombre todos los meseros del mundo.

La periodista sonorense le va a llevar temas sobre despojo de tierras, corrupción en las instituciones agrarias, agresiones a comunidades indígenas, de amenazas contra periodistas y no se extrañe que más de un aliado del presidente salga mencionado por la chaparrita, pero muy aguerrida mujer.

Tal vez las palabras de Reyna Haydee Ramírez estropeen el maquillaje que en exceso suelen poner algunos de los empleados presidenciales a sus informes, pero de eso se trata de que se exponga la verdad, se actúe con total transparencia y que también se toquen y se resuelvan los temas que le incomodan al presidente.

Pero si en realidad la Cuarta Transformación desea combatir la corrupción de afuera y de adentro, debe dejar de excluir a periodistas como la multicitada profesional de los medios.

No recuerdo cuándo y dónde exactamente, pero debió ser a fines de los años 80, tal vez en Hermosillo -yo lo escuché nadie me lo contó- que el gigante Carlos Monsiváis dijo, más o menos así: “Ustedes, el gobierno tiene mucha gente que los defiende por dinero… yo no soy de esos”, palabras más palabras menos por ahí va la cuestión.

Esto tiene que ver con la nueva relación que tiene una parte del Estado mexicano, el Gobierno federal para ser exactos y con más precisión el presidente de la República, con las empresas de comunicación privadas y, por otro lado, con los periodistas, los simples mortales, los de a pie, los que no tienen ni para pagar la mensualidad que les exige el IMSS para poder ofrecerles un retiro cuasi digno.

En algo tiene razón el presidente, yo le creo cuando dice que él no reprime periodistas, pero de ahí para abajo puede ser otra cosa, negarle expresamente el acceso a una conferencia presidencial a una periodista, sin razón justificada u orden judicial que lo sustente, es un atentado contra el derecho a la información y al mismo tiempo contra la libertad de expresión, no necesariamente en ese orden. El jefe de prensa de AMLO es el Big Brother de los periodistas que no deja entrar a las conferencias a quienes incomodan al mandatario, así como era antes.

La periodista independiente Reyna Haydee Ramírez denunció hoy jueves 21 de julio, que el propio Jesús Ramírez Cuevas le ha negado el ingreso hasta por tres meses seguidos a las conferencias conocidas como La Mañanera, que se realiza de lunes a viernes, casi siempre en Palacio Nacional.

Ayer, ayer 20 de julio, el periodista Rodolfo Montes dijo llorando frente López Obrador temer por su vida, porque empleados del propio AMLO le retiraron las escoltas que le fueron asignadas para su protección, luego de que personalmente el subsecretario de Derechos Humanos, de la Secretaría de Gobernación, Alejandro Encinas, lo sacó urgente y precautoriamente del estado de Quintana Roo, tras recibir amenazas de muerte.

Es cierto, la presidencia de República, tal vez por primera vez en décadas no persigue periodistas, ni censura a nadie, ni tampoco manda matar a nadie. ¿Pero que hay de sus subalternos? Lo que hace Ramírez Cuevas es una forma de coartar la libertad de expresión, que por fortuna su daño será reparado por orden directa del propio Andrés Manuel López Obrador. “Que entre todos los días” fue la orden a su jefe de prensa, en referencia a Reyna Haydee Ramírez.

El caso de Rodolfo Montes es más grave, porque nos dibuja al México real, al que tiene que encarar al presidente para implorar la protección del Estado, que el mismo Estado le ha negado apenas unas horas antes.

Por órdenes de un empleado directo de Alejandro Encinas, le fueron retiradas las escoltas que lo protegían, pero no sólo eso, en su peregrinar por lo medios de comunicación que lo quisieron arropar, tras sus sollozos frente al primer mandatario, Montes dio santo y seña del calvario que sufrió para lograr ingresar al mecanismo de protección a periodistas y de las muchas fallas que presenta.

Los periodistas, no los publirrelacionistas, son los que le van a ayudar a señalar donde están los yerros, las omisiones y los actos de corrupción que el presidente necesita conocer para que la Cuarta Transformación lo sea de verdad.

Sin libertad de expresión no hay transformación, pero tampoco sin equidad, porque mientras de les siguen pagando cientos de millones de “chayote” facturado a un puñado de medios como Televisa, TV Azteca, La jornada o los del grupo Cantón, el Estado y en particular el Gobierno de México, carecen de presupuesto suficiente para garantizar verdadera protección a los periodistas que han sido amenazados por creer que ayudarle al presidente con la verdad no tendrá consecuencias.

Pero no sólo es la sensación de exclusión, como en el caso de Ramírez o de tortura sicológica contra Montes, mucho menos envidia porque a los medios que se les paga con dinero del pueblo pero no hacen una sólo pregunta incómoda, el problema es la doble victimización como el caso de la sonorense, luego de que por encarar a López Obrador y hacer efectivo el acceso a la información se ha echado a andar a hordas de chairos intolerantes que quieren desprestigiar una carrera intachable de 30 años en el periodismo.

La gente de izquierda, los demócratas, los defensores de la ley y los derechos humanos, como se reclaman muchos seguidores del presidente no linchan, ni arman campañas de odio contra personas que, como todo buen periodista, antes que alabar al poder, va en busca de la verdad.

El presidente está obligado a proteger a Reyna, no sólo de quienes la han amenazado por su trabajo periodístico, sino de quienes ahora le han armado una campaña de desprestigio, tan sólo por defender el principal derecho que necesita un periodista para serlo y eso es el acceso a la verdad y a la libertad para decirla.