EL pueblo necesita educación gratuita

Luis Enrique Ortiz

Después del derecho universal a salud, lo que más vulneró el neoliberalismo en México es sin duda el derecho la educación, cuyo proceso de privatización inicia con la aplicación de exámenes de selección y cobro de cuotas en instituciones públicas.

Universidad de Sonora, Instituto Tecnológico de Hermosillo, Universidad Estatal de Sonora, Universidad Pedagógica Nacional, Colegio de Bachilleres, Cecytes, Cbtis, todas las universidades tecnológicas y un largo etcétera de instituciones que están obligadas a garantizar el derecho a la educación pública cobran cuotas y/o aplican exámenes de selección como filtro y obstáculo -casi siempre definitivo- al acceso del referido derecho.

Paralelamente, año con año se instalan por todo el país, todo tipo de versiones y a todos niveles de planteles de educación privada, que paga peores salarios generales que su contra parte pública, pero presume niveles de excelencia académica.

No pocas veces, los fondos que resultan del cobro de cuotas son objeto de corrupción o en el mejor de los casos serán destinados a mantener un alto nivel de vida de las burocracias doradas del sistema de educación pública.

Hay mil historias y el doble de luchas sindicales, que denuncian cómo se les niega la reparación de violaciones contractuales o se les escatiman aumentos salariales, mientras rectores, vicerrectores, directores, secretarios y toda la nómina que los rodea, se dan vida de reyes tipo Carlos Romero Deschamps, con muy altos sueldos que les permiten jubilaciones que rebasan con mucho los ciento treinta y tantos mil pesos mensuales que gana el presidente Andrés Manuel López Obrador.

No es malo que académicos de excelencia o incluso los que sólo dicen serlo, ganen muy bien, que tengan un retiro acorde al tamaño del servicio que le hicieron a este país, a su dedicación para el fomento de la educación y a los artículos científicos y libros que hayan escrito.

Lo malo es que, en esas mismas instituciones, pulula una densa nube de maestros de horas sueltas o asignatura, que en no pocos casos no tienen acceso ni siquiera a servicios médicos de parte del patrón que los contrata. Lo malo es la forma en que esa burocracia dorada provoca inequidad y no pocas veces corrupción con el cobro de cuotas.

Existen importantes programas de subsidios directos a los más pobres y vulnerable de este país, incluyendo uno que es universal para adultos mayores.

Jóvenes construyendo el futuro, becas a casi todas las personas de las comunidades indígenas, universidades interculturales y/o Benito Juárez, apoyo a madres solteras. Todos -y varios más- destinados a generar equidad y a mejorar, aunque sea ligeramente, las condiciones de vida de los destinatarios.

Pero no existe un solo programa de acceso universal y garantizado a la educación gratuita. Miles de jóvenes interrumpen cada año de manera definitiva sus estudios en algún momento de primaria hasta la universidad.

Aquí es donde los cuantiosos programas antes referidos, se tornan insuficientes y quedan como simples aspirinas para aliviar el cáncer de la pobreza. Esto tal vez, porque no se entiende que la educación de calidad, puede ser un motor más grande, poderoso y efectivo de movilidad y justicia social.

Si tienes a tus hijos o deseas tenerlos en cualquiera de las universidades o prepas antes mencionadas, sabes de lo que hablo, con casos graves como el Cobach, donde de repente han desaparecido las becas federales hasta por dos semestres seguidos o el caso del ITH donde se cobran cuotas significativas y sus estudiantes no tienen derecho a las nuevas becas que tanto publicitó el Gobierno del Estado.

Les pagas para que te peguen y para que a tus hijos les impongan filtros ominosos como los propios exámenes de admisión que cuatro años de Cuarta Transformación no han podido abolir, mucho menos el nefasto cobro de cuotas.

Millones de estudiantes de este país necesitan no sólo que se elimine el cobro de cuotas y los exámenes de admisión, sino que se multipliquen los servicios asistenciales que incluyan modelos educativos tipo Chapingo, donde los hijos de los más pobres puedan estudiar con apoyo alimenticio, hospedaje y beca, entre otros como transporte, servicios médicos, dentales, oftalmológicos, etcétera.

La excelencia educativa no debe ser un lujo reservado sólo a quienes pueden pagarla, si no hay garantía de educación gratuita universal, no hay y mucho menos habrá una transformación del tamaño y calidad de la que se necesita, lo demás serán sólo tiros de calentamiento, porque batear de 400 no es suficiente, hay que macanear más y con justicia.

Mi solidaridad adelantada, para la periodistas Dalila Escobar, de Proceso, quien sin duda se sumará a la lista de periodistas linchados desde las altas esferas de la 4T. El presidente Andrés Manuel López Obrador, acaba de hacer una afirmación muy delicada, en el sentido de que para él no existe la prensa independiente y que por lo tanto desconfía cuando alguien se le presenta como tal. Esto abre más las puertas a las campañas de odio, misoginia y linchamiento para cualquiera que pretenda ejercer el periodismo libre. Prácticamente, AMLO ha decretado algo así como: “el que no esté conmigo está contra mi”.