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Toronto cayó ante los Dodgers, aunque su temporada dejó récords de ingresos por taquilla y venta de esquilmos
En las calles de Toronto aún flota un aire gris. No es humo ni niebla, es el residuo emocional de una ciudad que tocó la gloria con la punta de los dedos. En algunos callejones, el eco del bat roto del mexicano Alejandro Kirk se mantiene. El trofeo del Comisionado rozó suelo canadiense por primera vez desde 1993. La espera por un clásico de otoño duró 32 años y terminó en una noche de 11 entradas. Pero detrás de esa tristeza que se adhiere a los muros y en las pláticas de bares, hay un brillo que no proviene del diamante sino de las cuentas bancarias.
Los Blue Jays perdieron la Serie Mundial ante los Dodgers, aunque ganaron en el terreno que sostiene al beisbol corporativo que impera en la actualida.. Su temporada dejó una lección empresarial para otras gerencias.. En 2024 habían sido últimos en su división y su taquilla apenas alcanzó 92 millones de dólares. 12 meses más tarde, con 94 victorias y un octubre extendido, Toronto multiplicó el entusiasmo y la recaudación.
Éxito en el campo, éxito en taquilla
La asistencia creció hasta los 2.85 millones de aficionados, un salto que los colocó entre las cuatro organizaciones con mayor incremento del año. Esa cifra, sin embargo, apenas cuenta la mitad de la historia.
La postemporada fue una mina abierta. Cuatro juegos adicionales en casa, dos frente a Seattle (Serie de Campeonato de la Liga America) y dos ante Los Ángeles (Serie Mundial), elevaron las ventas hasta niveles que la franquicia no conocía. Cada boleto promedió 400 dólares y, descontando cortesías, se vendieron 170 mil entradas nuevas. Sólo ese impulso representó 68 millones de dólares, de acueerdo con estimaciones de Forbes.
La matemática del consumo completó el cuadro. Entre alimentos, bebidas y recuerdos, cada asistente dejó otros 40 dólares. El total creció a 75 millones de dólares extra sin incluir derechos de televisión ni mercancía oficial. Una derrota que en los números se lee como victoria.
Rogers Communications, dueña de la franquicia, observó cómo el rendimiento deportivo se convertía en capital financiero. El contrato de Vladimir Guerrero Jr., de 14 años y 500 millones de dólares, ya no luce desmesurado. Su presencia llenó estadios, atrajo patrocinios y sostuvo una narrativa que movió al país. Bo Bichette, ahora agente libre, también entra a ese tablero donde la emoción y el negocio ya no se separan.
El Juego 7 fue visto por 51 millones de personas en Canadá, Estados Unidos y Japón. La mitad del territorio canadiense siguió a los suyos. El beisbol, tantas veces dado por muerto, volvió a conectar con una audiencia global. El trofeo no se quedó, pero Toronto consiguió dinero para mantener un proyecto ganador por muchos años más


































